Había una vez un gasfitero muy bueno al que un día llamaron con urgencia para poner un parche a una tubería. El gasfitero replicó “Esa tubería no necesita un parche, lo que hace falta es cambiar todo el sistema de fontanería de la casa”. Los dueños de la casa le dijeron “Ya, lo sabemos, pero ahora mismo tenemos prisa. El agua se sale y lo inunda todo, no tenemos dinero para cambiar el parche… Pónganos el parche ahora y en cuanto cobremos los sueldos a fin de mes le llamaremos para cambiar toda la tubería”.
El gasfitero colocó el parche, cobrando barato en espera de poder llevarse luego el contrato de cambio de tubería. Y puso el parche muy bien para que vieran una muestra de cuán hábil podía llegar a ser. Tan bien puso el parche que dejó de gotear por completo, y así los dueños de la casa perdieron la prisa. Pasó un mes, y luego otro, y luego otro…
Un año y medio después los dueños de la casa decidieron cambiar todas las tuberías de la casa. Como habían podido ahorrar durante mucho tiempo gracias al parche del gasfitero, reunieron una buena cantidad y diseñaron un cambio que incluía nuevos grifos, bañeras de marmol, duchas con hidromasaje… Tan apetitoso resultó el proyecto que muchas grandes empresas presentaron sus ofertas junto con la del gasfitero. Y a la hora de evaluarlas todas, al llegar a la del humilde gasfitero, los dueños de la casa dijeron “este sólo es bueno para poner parches, un ordinario, no es quien necesitamos para nuestro bonito y nuevo sistema de fontanería”.
Moraleja uno: lo provisional, con demasiada frecuencia, se convierte en permanente.
Moraleja dos: si pones parches, serás “el de los parches” y difícilmente te considerarán para cosas permanentes y grandes.
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